CAPITULO VI.- CARTA ARQUEOLÓGICA DE RIESGO.

1. INTRODUCCION.

El concepto de Carta de Riesgo surge en Italia en la década de los setenta aplicado al conjunto de los Bienes Culturales y muy especialmente a los de carácter arquitectónico. Sin embargo, no será hasta los años ochenta cuando la Carta de Riesgo adquiera auténtica entidad con los programas desarrollados por el Istituto Centrale per il Restauro (cfr. Baldi, 1991).

En palabras del propio Baldi, director del Proyecto para la Carta del Rischio del Patrimonio Culturale actualmente en marcha por el ICR, la idea central de la misma es "individuare sistemi e procedimenti che consentano di programmare gli interventi di manutenzione e restauro sui beni culturali architettonici, archeologici e storico-artistici in funzione del loro stato di conservazione e dell’aggressivitá dell’ambiente in cui sorgono."

En el campo específico de la arqueología, y dadas las peculiaridades del Patrimonio Arqueológico, la Carta de Riesgo constituye un instrumento que se mueve en una relativa indefinición en cuanto a sus postulados, objetivos y contenidos, y ello pese a que ya en 1973 sus líneas generales quedaron fijadas en el trabajo clásico de Biddle y Hudson sobre Londres, posteriormente aplicadas en los Archeology Assessment Projects de muchas ciudades del Reino Unido.

Así, y aunque tanto en el Reino Unido como en Francia la Carta Arqueológica de Riesgo se configura como un documento esencialmente orientado al análisis, diagnóstico y evaluación de los depósitos estratigráficos contenidos en el subsuelo (Richards, 1991), y en estrecha relación con la gestión urbanística realizada por los correspondientes departamentos municipales, en otros países europeos, y especialmente en España, apenas se ha pasado del nivel inicial de Carta Arqueológica o de Catálogo de yacimientos arqueológicos.

De este modo, y centrándonos en el caso español, constatamos que, pese a loables intentos como el de la Dirección General de Bienes Culturales de la Junta de Andalucía, que, a partir de la reunión celebrada en Antequera en 1995 trató de unificar los criterios para la redacción de Cartas de Riesgo en el ámbito de un Programa de Arqueología Urbana, apenas se ha superado el ya señalado nivel de Carta Arqueológica o Catálogo. Y además, la necesaria imbricación de estos documentos con el planeamiento urbanístico (cfr. Rodríguez Temiño, 1992) brilla por su ausencia.

 

2. La Carta Arqueológica de Riesgo de Córdoba. Cuestiones preliminares.

La práctica de la arqueología en la ciudad de Córdoba ha pasado por diferentes etapas a lo largo del presente siglo (cfr. Murillo-Ventura-Hidalgo, 1997), si bien con el común denominador de un balance poco positivo, que se hace aún más evidente en los últimos quince años, cuando las expectativas abiertas por las transformaciones en el marco normativo, con la promulgación de la Ley de Patrimonio Histórico Español, y por la constitución de equipos y proyectos de Arqueología Urbana en muchas ciudades españolas, auguraban un cambio substancial en la trayectoria hasta entonces marcada.

En las últimas décadas Córdoba ha experimentado un notable crecimiento y una profunda transformación en su fisonomía urbana, lo que se ha traducido en un elevado nivel de afecciones sobre el Patrimonio Arqueológico. Las actuaciones emanadas del P.G.O.U. de 1986 y las grandes obras de infraestructura, como la Remodelación de la Red Arterial Ferroviaria, han generado unas tensiones sobre el registro estratigráfico a las cuales no han podido, o sabido, dar respuesta ni las administraciones encargadas de su tutela y salvaguarda, ni los gestores urbanísticos, ni las instancias académicas competentes en su investigación. Por todo ello, se hacía patente la necesidad de buscar un nuevo diálogo, más constructivo, entre la ciudad y su pasado, plasmado éste en los "archivos del suelo" que constituyen el registro estratigráfico.

La confección de la Carta de Riesgo de Córdoba se inicia en el último trimestre de 1996 en el marco del Plan Especial de Protección del Conjunto Histórico, tras la firma de un Protocolo de colaboración entre la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Córdoba. A tal fin se ha constituido un equipo pluridisciplinar compuesto por técnicos de la Gerencia Municipal de Urbanismo, la Delegación Provincial de la Consejería de Cultura y la Dirección General de Bienes Culturales, así como por investigadores del Área de Arqueología de la Universidad de Córdoba.

Pocos meses después, tras formalizarse la revisión-adaptación del Plan General de Ordenación, se amplía automáticamente el ámbito de la Carta de Riesgo, que pasa a ser el de la totalidad del Término Municipal.

La Carta Arqueológica de Riesgo de Córdoba se concibe como una serie de documentos de carácter informativo, analítico y de propuesta que, imbricados en las figuras de planeamiento previstas en la normativa vigente (Plan General de Ordenación y Planes Especiales de Protección), tienen como objetivo primordial el conocimiento y protección del Patrimonio Arqueológico de la ciudad, convirtiéndose en instrumentos para su tutela y gestión por parte de las Administraciones Públicas. Paralelamente, y al apoyarse en un modelo histórico para la ciudad y su territorio, la Carta de Riesgo es susceptible de marcar determinadas líneas prioritarias de investigación, necesarias tanto para la confrontación de hipótesis planteadas y formulación de otras nuevas que permitan el avance en el conocimiento general del pasado urbano, como para la propia revisión de sus contenidos y directrices.

Una vez formulado este concepto de Carta de Riesgo, queda claro que nos encontramos ante un proyecto ambicioso y amplio, necesariamente abierto y sujeto a una planificación que defina las sucesivas fases de ejecución a corto, medio y largo plazo.

 

3. Ámbitos de la Carta Arqueológica de Riesgo.

En primer lugar, nos encontramos con un ámbito espacial, que viene definido por el de aplicación de Plan General de Ordenación y que, en última instancia, es el de la totalidad del término municipal de Córdoba.

Ahora bien, en este amplio espacio debemos diferenciar diferentes subámbitos dotados de personalidad propia y que serán objeto de un tratamiento diferenciado, que se plasmará tanto en el nivel de análisis que le aplicará la Carta de Riesgo, como en la zonificación arqueológica y en la normativa a aplicar.

  a. Suelo urbano.

  • A.1. Núcleo principal
  • A.1.1. Conjunto Histórico (Plan Especial de Protección)
  • A.1.2. Resto del Núcleo principal consolidado.
  • A.1.3. Planes Parciales del P.G.O.U. de 1986 pendientes de desarrollo.
  • A.1.4. Ampliaciones de suelo urbano previstas en el PG.O.U. de 1997.
  • A.2. Núcleos aislados.

 

  b. Suelo no urbano.

  •  B.1. Plan Especial de Protección de Madinat al-Zahra.

 

  • B.2. Resto de suelo no urbano.

 

Otra delimitación preliminar corresponde al propio ámbito de competencia de la Carta de Riesgo. Éste, al tratarse de una Carta Arqueológica de Riesgo se circunscribe, en buena lógica, al Patrimonio Arqueológico. Ahora bien, la definición de este Patrimonio, especialmente en el ámbito urbano, es mucho más compleja de lo que en principio cabría suponer, por cuanto frecuentemente lo encontramos formando parte de una continuidad histórica inseparable, tanto por encima como por debajo de la rasante de nuestras calles. Por tanto, y siguiendo al Art. 40.1 de la propia Ley de Patrimonio Histórico Español (LPHE), podemos definir al Patrimonio Arqueológico, y en consecuencia el propio objeto de nuestra Carta de Riesgo, como el formado por "los bienes muebles e inmuebles de carácter histórico, susceptibles de ser estudiados con metodología arqueológica, hayan sido o no extraídos y tanto si se encuentran en la superficie o en el subsuelo."

De esa misma definición de Patrimonio Arqueológico se deriva igualmente el ámbito temporal de la Carta de Riesgo. En efecto, la LPHE habla del carácter histórico de los bienes, pero a diferencia de la legislación anterior no impone un marco cronológico a ese concepto, por lo que "el pasado cuya reconstrucción interesa a la metodología arqueológica (...) puede llegar hasta ayer" (Querol-Martínez, 1996:42).

Aunque en un marco puramente teórico o conceptual compartimos este planteamiento, creemos que en la práctica es preciso imponer determinados límites a esta amplísima definición de Patrimonio Arqueológico, especialmente cuando puede entrar en confrontación con otro tipo de Patrimonio perfectamente definido en nuestro marco legislativo (nacional y autonómico) como es el Etnográfico.

Esos límites no tienen por qué venir definidos ni por una frontera cronológica por debajo de la cual todo se considere "histórico" y por encima no, ni por una arbitraria división académica en "Historias", ni por una diferenciación marcada por la titulación del investigador (arqueólogo, arquitecto, historiador del Arte...). Al contrario, las múltiples facetas del Patrimonio Histórico en medio urbano imponen la actuación de equipos pluridisciplinares que garanticen un análisis global tanto de los elementos individuales como de los conjuntos, tanto desde una perspectiva sincrónica como diacrónica.

Consecuentemente, en la Carta Arqueológica de Córdoba se seguirá un criterio flexible basado en los siguientes principios:

I. Se considera como Patrimonio Arqueológico objeto exclusivo de una investigación con técnicas y metodología arqueológica aquél de carácter tanto mueble como inmueble que se encuentre soterrado, formando parte de los depósitos estratigráficos que contienen parte de la Historia de la ciudad y de su territorio. Consecuentemente, representa el objeto central de nuestra Carta Arqueológica de Riesgo.

II. Por lo que respecta al Patrimonio Histórico de carácter inmueble, emergente y susceptible de ser estudiado con metodología arqueológica, la Carta Arqueológica de Riesgo contendrá determinaciones que, junto a las de carácter genérico y específico contenidas en el Plan Especial de Protección del Conjunto Histórico y en el Plan General de Ordenación, garanticen un nivel mínimo de adquisición de información histórica de aquellos inmuebles que al no gozar de ningún nivel de protección están sometidos a modificaciones como consecuencia de intervenciones de rehabilitación, o puedan desaparecer como resultado de un proceso de sustitución.

III. En ambos casos, no se impone, a priori, ningún límite cronológico que diferencie qué Unidades Estratigráficas (UU.EE.), soterradas o emergentes, deben ser estudiadas con método arqueológico. Al contrario, se establece que, en cuanto resultado de un proceso histórico ininterrumpido que en su conjunto conforma el fenómeno urbano, todos estos vestigios materiales del pasado, ya correspondan a la ciudad romana, islámica, barroca o a instalaciones industriales de comienzos de siglo, son igualmente importantes para la historia de Córdoba.

IV. La única diferenciación vendrá dada por la intensidad de la investigación arqueológica sobre esas UU.EE, la cual a su vez estará condicionada por su relevancia intrínseca y extrínseca.

 

4. Fases en la elaboración de la Carta de Riesgo.

4.1. Ámbito del Plan Especial de Protección del Conjunto Histórico.

 

1ª Fase: Documentos de la Carta de Riesgo a incluir para la aprobación definitiva del Plan Especial:

 

  1. Catálogo informatizado de parcelas catastrales y espacios públicos con información arqueológica. Resultado del vaciado de la bibliografía arqueológica existente para la ciudad, así como de los expedientes de la Delegación Provincial de la Consejería de Cultura.
  2. Catálogo de bienes inmuebles de carácter arqueológico conservados.
  3. Carta de Erosión de la Historia. Análisis de cada una de las parcelas catastrales del Conjunto Histórico en el que se considera el porcentaje de depósito estratigráfico perdido como consecuencia de procesos postdeposicionales relacionados con la acción antrópica.
  4. Zonificación Arqueológica.
  5. Procedimiento de intervención arqueológica en cada una de las Zonas.
  6. Normativa de carácter arqueológico.

 

La Carta de Riesgo de este ámbito se completará, en lo referente al Patrimonio Histórico de carácter inmueble, con el Catálogo-inventario de monumentos y edificios protegidos incluido en el Plan Especial de Protección del Conjunto Histórico.

 

4.2. Ámbito de suelo urbano del núcleo principal del P.G.O.U.

 

1ª Fase. Documentos de la Carta de Riesgo a incluir para la aprobación definitiva de la revisión-adaptación del P.G.O.U.

 

A. Catálogo informatizado de parcelas catastrales y espacios públicos con información de carácter arqueológico. Resultado del vaciado de la bibliografía arqueológica existente para la ciudad, así como del de los expedientes de la Delegación Provincial de la Conserjería de Cultura.

 

  1. Carta de Erosión de la Historia. Análisis de cada una de las parcelas catastrales, para las que se considera el porcentaje de depósito estratigráfico perdido como consecuencia de procesos postdeposicionales relacionados con la acción antrópica.
  2. Zonificación Arqueológica
  3. Procedimiento de intervención arqueológica en cada una de las Zonas.
  4. Normativa de carácter arqueológico.

 

2ª Fase. A realizar de modo paralelo a la tramitación del nuevo P.G.O.U. y con posterioridad a su aprobación definitiva, pero con carácter previo a la redacción de cada uno de los Planes Parciales que lo desarrollen. Se compondrá de los siguientes documentos:

 

  1. Catálogo de yacimientos arqueológicos existentes en las nuevas bolsas de suelo urbano previstas por el P.G.O.U. de 1997. Este Catálogo se confeccionará tanto a partir de documentación bibliográfica y administrativa preexistente, como de la obtenida a partir de prospecciones arqueológicas y trabajos de campo que se realizarán.

 

4.3. Ámbito de suelo no urbano del P.G.O.U. de 1997.

 

1ª Fase. Con anterioridad a la aprobación definitiva de la adaptación-revisión del P.G.O.U., se elaborarán los siguientes documentos:

 

  1. Catálogo de yacimientos arqueológicos conocidos en el término municipal de Córdoba.

 

2ª Fase. Con posterioridad a la aprobación definitiva del P.G.O.U. y en concertación con las Consejerías de Cultura y Obras Públicas de la Junta de Andalucía, y con la colaboración de los correspondientes departamentos universitarios, la Gerencia Municipal de Urbanismo programará prospecciones arqueológicas superficiales destinadas al acrecentamiento y puesta al día de este Catálogo de yacimientos arqueológicos. Para su ejecución, este programa seguirá unos criterios selectivos que priorizarán la prospección y análisis de aquellas zonas del término municipal de Córdoba que en el futuro se puedan ver afectadas por los siguientes factores:

 

  • Recalificación como suelo urbano.
  • Grandes obras públicas: embalses, canales, etc.
  • Obras de infraestructura para el transporte: carreteras, autovías, líneas férreas, etc.
  • Instalaciones industriales.
  • Canteras.

 

5. El Catálogo Arqueológico.

El Catálogo Arqueológico representa un primer nivel de aproximación a la realidad de un yacimiento de la entidad y complejidad de Córdoba, permitiendo una comprensión inicial del mismo y de las cambiantes relaciones dialécticas mantenidas con su territorio y con los restantes yacimientos en él existentes.

 

En su diseño actual, el Catálogo Arqueológico conforma una base de datos en la que se ha volcado toda la información de carácter arqueológico existente para la ciudad, tomando como unidad de referencia básica la parcela catastral y secundariamente la manzana o vía pública. La calidad de la información contenida en las diferentes entradas de esta base de datos es muy heterogénea, teniendo como polos extremos las simples noticias bibliográficas sobre el hallazgo, más o menos contextualizado, de determinado vestigio de la cultura material, y los informes y memorias de intervenciones arqueológicas.

 

Vinculada a la base cartográfica general, gestionada por un GIS (Geographical Information System), esta base de datos generará una cartografía, sincrónica y diacrónica, en la que se refleje el nivel de conocimiento existente sobre la totalidad de la ciudad, así como las altimetrías absolutas a las que se encuentran los paquetes de UU.EE. que definen las diferentes etapas históricas del yacimiento, y la potencia global del depósito estratigráfico.

 

La confección de este documento se encuentra finalizada para la totalidad del actual suelo urbano del núcleo principal, estando previsto el inmediato inicio del Catálogo Arqueológico de yacimientos en suelo no urbano.

 

En este Catálogo recibirán una especial atención aquellas zonas de suelo no urbano del P.G.O.U. de 1986 que en el nuevo Plan se transforman en suelo urbano o se destinan a grandes actuaciones de infraestructura, por cuanto se estima que en ellas se concentrarán las mayores afecciones sobre el Patrimonio Arqueológico en los próximos años.

 

Con el fin de adelantarse a las futuras tensiones, y dentro de un novedoso criterio de conservación preventiva desde el Planeamiento, el Plan General de 1997, de acuerdo con la Carta de Riesgo, apuesta en primer lugar por la adecuación de los ejes estructurantes del nuevo tejido urbano a la red de caminos históricos que han marcado la articulación del territorio de la ciudad hasta nuestros días, continuando una práctica que ha sido tradicional en la construcción de Córdoba, ya sea en los ensanches de la ciudad califal, o en los nuevos barrios del presente siglo, pero que lamentablemente se olvidó en algunos de los Planes Parciales del P.G.O.U. de 1986, en los que se implantó una trama totalmente artificial.

 

En segundo lugar, se pretende que la dotación de espacios verdes en estas zonas se concentre en aquellos puntos de mayor interés arqueológico, con el doble fin de constituir pequeñas reservas arqueológicas de suelo que preserven la integridad del depósito estratigráfico, y de disminuir el riesgo de conflictos derivados de la exhumación de conjuntos arqueológicos de excepción en el momento de poner en carga estos sectores.

 

Por último, una prospección arqueológica intensiva de estas zonas, junto a un análisis exhaustivo permitirá disponer de unas estrategias de actuación en relación con el Patrimonio Arqueológico con anterioridad a la puesta en marcha de los diferentes Planes Parciales, de modo que en los mismos se tengan en consideración estos elementos de menor entidad, y se pueda planificar tanto la investigación arqueológica como las posibles medidas de conservación e integración de parte de los vestigios materiales del pasado.

 

6. La Carta de Erosión de la Historia.

Si el Catálogo Arqueológico representa aquello que, con independencia de que se haya conservado en su materialidad, es conocido, la Carta de Erosión de la Historia engloba toda aquella porción del registro estratigráfico, de los "archivos del suelo" en los que se encerraba buena parte de la Historia de Córdoba, que de un modo irreparable se ha perdido. En este documento, se procede a la evaluación de los depósitos arqueológicos desde una múltiple aproximación que pasa por los siguientes aspectos principales:

 

I. Parcelas catastrales en las que el registro estratigráfico ha sido parcialmente destruido mediante un proceso arqueológico.

 

II. Parcelas catastrales en las que el registro estratigráfico ha sido totalmente destruido mediante un proceso arqueológico.

 

III. Parcelas catastrales en las que el registro estratigráfico ha sido parcialmente destruido sin control arqueológico.

 

IV. Parcelas catastrales en las que el registro estratigráfico ha sido totalmente destruido sin control arqueológico.

 

V. Parcelas catastrales en las que se desconoce el estado de conservación del registro estratigráfico.

 

VI. Parcelas catastrales en las que el registro estratigráfico se supone conservado.

 

VII. Evaluación de los servicios existentes y previstos en la vía pública, así como de su nivel de afección sobre el registro estratigráfico.

 

En el momento actual, la Carta de Erosión de la Historia se encuentra concluida para la totalidad del suelo urbano correspondiente al núcleo principal del P.G.O.U. de 1986.

 

7. Líneas estratégicas de la Carta de Riesgo.

En base a toda la información proporcionada por los documentos en proceso de redacción y a su confrontación con las previsiones emanadas desde el planeamiento, se articularán las líneas maestras que regirán la política arqueológica en la ciudad o en partes de ella durante el período de vigencia de dicho planeamiento. De este modo, se establecerán las prioridades, las necesidades materiales, los criterios de intervención y las reservas de depósito arqueológico que sea preciso mantener. Y todo ello traducido en:

 

  1. Zonificación en base a las directrices emanadas de la Carta de Riesgo, en la que se establecen los tipos de intervención arqueológica, porcentaje del solar o parcela a intervenir y principales objetivos a cubrir.
  2. Mecanismos de vinculación de los instrumentos de intervención arqueológica con el procedimiento administrativo de concesión de licencias municipales de obra.
  3. Establecimiento de los mecanismos de financiación en base a los tipos de intervención y a la zonificación arqueológica.

 

En términos generales, las líneas estratégicas que rigen las Cartas de Riesgo de los ámbitos del Plan Especial del Conjunto Histórico y del PGOU de Córdoba son:

 

  1. Sustitución gradual de la arqueología de intervención por la arqueología de prevención.
  2. Búsqueda de una política de conservación del Registro Arqueológico en base a:
  1. Desincentivación de la ocupación del subsuelo con sótanos y garajes en el Conjunto Histórico.
  2. Constitución de reservas arqueológicas de suelo en el Conjunto Histórico en función de la diagnosis de las zonas con especial pérdida del registro estratigráfico. En estos casos, se llegará a la total prohibición de afección del subsuelo.
  3. Concentración de las zonas verdes, en los nuevos polígonos del PGOU, en función de la conservación del registro arqueológico (arrabales occidentales y septentrionales).
  4. Creación de reservas arqueológicas de suelo en aquellos sectores del ámbito del PGOU donde mayor cantidad de registro estratigráfico se ha perdido.
  1. Determinación de los criterios estratégicos generales para la conservación in situ de elementos inmuebles de carácter arqueológico. La Carta de Riesgo de Córdoba pretende ser un documento comprometido en el sentido de no quedarse exclusivamente en el nivel de la protección e investigación del Patrimonio Arqueológico, sino ir más allá y plantear una serie de directrices que, enmarcadas en la consideración de la ciudad como una realidad material global generada por un proceso histórico, permitan la progresiva incorporación de trazas singulares del pasado. Y ello no por el simple deseo de generar un palimpsesto urbano, sino por el convencimiento de que la conservación y uso de determinados elementos de la Córdoba del pasado constituye una forma de entender la globalidad del proceso urbano y de conducir a los ciudadanos por la senda del respeto hacia un patrimonio que constituye tanto sus señas de identidad en cuanto colectividad, como un precioso legado para el futuro.
  2. Finalmente, es necesario arbitrar los instrumentos para garantizar la permanente puesta al día de la información arqueológica contenida en la Carta Arqueológica de Riesgo. Esto incide directamente en la imbricación de la misma, en tanto instrumento de gestión del Patrimonio Arqueológico, en un necesario Proyecto de Arqueología Urbana, desde el que se establezcan las líneas globales de análisis del extenso yacimiento arqueológico que encierra buena parte de la Historia de la ciudad.

 

8. Zonificación Arqueológica del ámbito del Plan General de Ordenación de Córdoba.

Como auténtico instrumento de gestión susceptible de adquirir, mediante su inclusión en el planeamiento, rango normativo, la Zonificación Arqueológica constituye la materialización final de la Carta Arqueológica de Riesgo.

Para el documento de Avance de la Zonificación Arqueológica del ámbito del Plan General de Ordenación, que incluye igualmente el del Plan Especial de Protección del Conjunto Histórico, se han tenido en consideración toda una serie de variables que atañen tanto a la configuración de los depósitos arqueológicos, a la cantidad y calidad de los vestigios de la cultura material que encierran, a su singularidad, estado de conservación, volumen de pérdida, etc., como a los factores de riesgo que los amenazan, en esencia derivados de la acción antrópica y muy especialmente del desarrollo urbanístico.

En base a la evaluación jerarquizada de estas variables se ha diferenciado un total de veinticinco zonas, en las cuales queda incluida la totalidad del suelo, tanto urbano como no urbano del término municipal de Córdoba. En todas ellas se sigue un discurso similar que se basa en cinco grandes apartados:

 

  1. Caracterización histórico-arqueológica de la Zona.

  1. Evaluación de la Erosión de la Historia y de la potencialidad de los depósitos estratigráficos.

  2. Normativa de intervención.

 

C.1. Tipos de intervenciones arqueológicas en función de la casuística de actuaciones, sometidas a licencia, susceptibles de causar afecciones al Patrimonio Arqueológico.

 

C.2. Porcentajes mínimos de solar a intervenir.

 

  1. Criterios para la conservación y posible puesta en valor in situ de elementos señeros del Patrimonio Arqueológico.

 

E. Delimitación de posibles reservas arqueológicas de suelo.

 

Propuesta de Zonificación Arqueológica contenida en el Documento de Avance de la Revisión-Adaptación del P.G.O.U.).

 

A. Ámbito del Plan Espacial de Protección del Conjunto Histórico.

 

Zona 1. "Ciudad fundacional romana."

 

Zona 2. "Barrio romano de espectáculos."

 

Zona 3. "Palacio omeya-Mezquita aljama".

 

Zona 4. "Axerquía occidental".

 

Zona 5. "Axerquía oriental".

 

Zona 6. "Alcázar Viejo".

 

B. Ámbito de suelo urbano del núcleo principal del Plan General de Ordenación Urbana.

 

Zona 7. "Corduba prerromana (Parque Cruz Conde)".

 

Zona 8. "Tejares-Colón".

 

Zona 9. "Fray Albino/Sector Sur".

 

Zona 10. "Huerta Cercadilla/Ciudad Jardín/Victoria".

 

Zona 11. "Molinos Alta/San Cayetano".

 

Zona 12. "Plan Parcial RENFE".

 

Zona 13. "Vallellano".

 

Zona 14. "Distritos Norte, Noroeste y Poniente".

 

Zona 15. "Levante/Arenal".

 

Zona 16. "Distrito Sur".

 

Zona 17. "Electromecánica".

 

Zona 18. "Quemadas".

 

Zona 19. "Torrecilla".

 

Zona 20. "Brillante".

 

Zona 21. "Expansión en Poniente del nuevo P.G.O.U.".

 

Zona 22. "Expansión en Levante del nuevo P.G.O.U.".

 

C. Ámbito de núcleos aislados de suelo urbano.

 

Zona 23. "Núcleos aislados de suelo urbano".

 

D. Ámbito de suelo no urbano.

 

Zona 24. "Plan Especial de Madinat al-Zahra".

 

Zona 25. "Suelo no urbano".

 

9. El conocimiento de la ciudad pretérita como base para la protección, conservación y difusión del Patrimonio Arqueológico en la ciudad actual y futura.

 

En las páginas anteriores hemos afirmado que uno de los objetivos primordiales de la Carta Arqueológica de Riesgo de Córdoba es disponer de un documento de evaluación y gestión, imbricado en los instrumentos del planeamiento urbanístico, y destinado en última instancia a la protección del Patrimonio Arqueológico. Ahora bien, si a esa premisa le introducimos el razonamiento de que difícilmente se puede proteger y conservar aquello que no se conoce y de que la protección y conservación del Patrimonio puede carecer de sentido en sí misma si no va acompañada de una proyección social plasmada en estrategias coherentes de difusión, llegamos a la necesidad de un Proyecto de investigación arqueológica como complemento indispensable de la Carta de Riesgo.

 

Y de este modo, si en la base de la Carta Arqueológica de Riesgo se encuentra una determinada interpretación de la historia de la ciudad en aquellas etapas en las que su reconstrucción depende esencialmente de la Arqueología, ese Proyecto único de investigación sobre el yacimiento único que constituye la ciudad permitirá confrontar muchas de las hipótesis ahora propuestas, así como plantear otras y, en definitiva, llegar a una nueva síntesis histórica que en la próxima Carta Arqueológica de Riesgo sustituya a la que a continuación esbozamos.

 

Si toda ciudad debe entenderse como fruto de un proceso histórico enmarcado en un espacio en el que se han establecido distintas relaciones dialécticas entre el ámbito urbano y su entorno no urbano, Córdoba puede resultar paradigma de esta constante histórica. Buena parte de las razones de la larga trayectoria de Córdoba como núcleo urbano se deben a su localización en una encrucijada de caminos:

 

  • Punto en el que el Guadalquivir dejaba de ser navegable en la Antigüedad, a medio camino entre la Alta y la Baja Andalucía.

 

  • En los alrededores de Córdoba confluían las principales rutas de comunicación entre la Meseta y el Valle del Guadalquivir, rutas que sólo, y parcialmente, se vieron modificadas en el s. XVIII con la apertura de Despeñaperros y que el trazado del Tren de Alta Velocidad se ha encargado de recuperar.

 

Junto a este emplazamiento especialmente afortunado en la red de comunicaciones interregionales que, desde los albores de la historia, se establecen en la mitad meridional de la Península Ibérica, y que hacen de Córdoba una auténtica Puerta de Andalucía, otro cúmulo de factores explican la formación de un núcleo urbano en el solar de la actual ciudad.

 

De la aldea a la ciudad.

 

La frecuentación humana del entorno de Córdoba se remonta al Paleolítico Inferior Arcaico. Sin embargo, no será hasta el III milenio a.C. cuando encontremos una primera fijación de la población, con unidades de producción dedicadas al cultivo de cereales y a la ganadería. La concentración de algunas de estas unidades debió propiciar la formación de una pequeña aglomeración en la zona del actual Parque Cruz Conde, donde una acumulación de depósitos arqueológicos de ocho metros de potencia testimonia el desarrollo de la Corduba prerromana a lo largo de tres milenios (cfr. Murillo, 1992, 1994a).

 

Hacia el s. X a.C., comienza la formación del núcleo protourbano tartésico de Corduba. En este momento, Corduba tendría el aspecto de una gran aldea situada en un punto elevado sobre el Guadalquivir, junto a varios vados que permitían la comunicación con la inmediata Campiña, y rodeada de numerosas granjas destinadas a la explotación de las ricas tierras de la vega fluvial.

 

El procesado y redistribución del mineral de cobre llegado desde las cercanas minas de la Sierra, del que ha quedado abundante constancia en el registro arqueológico, completaba las bases económicas sobre las que comenzaba a cimentarse su fortuna en cuanto núcleo de población.

 

En el s. VII a.C., momento de máximo florecimiento de la cultura tartésica, Corduba constituye ya un centro de población al que podemos denominar como urbano. Asentada sobre una superficie superior a las 50 hectáreas, posiblemente amurallada y con un urbanismo incipiente, comienza a articular un territorio económico y político, todo lo cual la llevará a transformarse en la principal ciudad tartésica del valle medio del Guadalquivir (cfr. Murillo, 1996). Esta vocación "central" de Córdoba sobre el Guadalquivir Medio continuará, durante toda la etapa ibero-turdetana, hasta la llegada de los ejércitos romanos a la Península Ibérica con motivo de la II Guerra Púnica. Pronto, el naciente poder romano a orillas del Guadalquivir tendrá en Corduba uno de sus pilares.

 

La ciudad romana, cuya fundación es atribuida a Claudio Marcelo, se establece al NE. de la primitiva ciudad tartésica e ibérica, con la que coexistirá a lo largo de más de un siglo hasta el definitivo abandono de ésta, en un momento hasta ahora impreciso de comienzos del s. I a.C. (cfr. Murillo-Vaquerizo, 1996). La continuidad poblacional entre ambas ciudades se realizó mediante la paulatina integración de la población indígena en la ciudad romana, y a través de la adopción del nombre prerromano de aquélla: Corduba.

 

Localizada entre el curso de dos arroyos que la flanqueaban por el Este y por el Oeste, y sobre el escarpe que descendía hacia el río, el recinto amurallado fundacional abarcaba un perímetro de unos 2.650 m. y una superficie de 47.6 ha. Las características de esta muralla (Botella, 1992; Jiménez-Ruiz, 1994; Ventura et alii, 1996) han podido ser establecidas a partir de excavaciones realizadas en los sectores oriental, septentrional y occidental, estando formada por dos lienzos paralelos de grandes sillares de calcarenita con una separación de 6 m., el externo de unos 2 m. de ancho y el interno de 0.60 m. Entre ambos muros se disponía un relleno que pudo servir de base a un camino de ronda. Torres cuadradas y semicirculares reforzaban esta primitiva fortificación, que en su frente Norte estaba completada por un foso de 15 m. de anchura que se comenzó a colmatar en el s. I d.C. (Botella, 1992).

 

En cuanto a la trama urbana, todo parece indicar una articulación de cardines y decumani a partir de una orientación prácticamente cardinal que coincidiría casi exactamente con la del viario conocido para época altoimperial. Para el s. II a.C. sólo se han documentado estructuras de carácter doméstico (Serrano-Castillo, 1990; Morena, 1989), con cimentaciones y zócalos construidos con cantos rodados y mampuestos, alzados de tapial y/o adobe, y cubiertas de madera y entramado vegetal. Las paredes se encontraban estucadas y pintadas en rojo y negro, y los pavimentos consistían por lo general en débiles capas de tierra batida y cal. Este "horizonte fundacional" está caracterizado, en contraste a lo que se constata en la contemporánea ciudad turdetana de Colina de los Quemados, por la débil presencia de cerámicas indígenas y, especialmente, de producciones pintadas. Por contra, los contextos cerámicos parecen estar definidos por una masa de importaciones itálicas (ánforas vinarias, vajillas de barniz negro campaniense, lucernas...) que subrayan el carácter foráneo de los habitantes de la fundación de Marcelo.

 

Varias excavaciones realizadas en el sector meridional de la primitiva ciudad romana (León et alii, 1991; López-Morena, 1996) permiten definir una temprana fase de "monumentalización" de la ciudad en el tránsito del s. II al I. Por primera vez se documentan sólidos muros de sillares de calcarenita, cimentados con frecuencia sobre los viejos zócalos de cantos y guijarros. Las paredes aparecen revestidas con decoraciones de estuco pintado al fresco con vivos colores y encontramos los primeros pavimentos de opus signinum con diseños geométricos formados por teselas de piedra caliza o cuarcita. Igualmente es novedoso el empleo de tegulae en las cubiertas. La evidente transformación en la fisonomía de la ciudad, que corre paralela al definitivo cese en la ocupación de la vieja ciudad turdetana, se aprecia en el edificio público excavado en el Corte 1 de la Casa Carbonell (Márquez, 1995; Ventura et alii, 1996), que contaba con capiteles de tipo dórico-toscano tallados en arenisca local, paralelizables a los del foro republicano de Ampurias.

 

Para esta etapa de los siglos II-I a.C. carecemos de datos arqueológicos relativos a las relaciones entre la ciudad y su territorio inmediato, en el que no contamos con evidencias de asentamientos de carácter rural hasta mediados del s. I d.C. La inseguridad propiciada durante el s. II a.C. por las incursiones lusitanas, junto a la canalización de la inversión de capitales hacia la minería de Sierra Morena podrían explicar la aparente falta de interés por la agricultura que observamos en estos momentos.

 

Colonia Patricia: expansión urbana y programa imperial.

 

La imagen de la Córdoba romana, capital de facto de la provincia Bética desde un momento impreciso del s. II a.C. y denominada oficialmente como Colonia Patricia desde época de Augusto, se encontraba prácticamente configurado en el tránsito del siglo I al II d.C. Tras la profunda destrucción sufrida a manos de las tropas cesarianas (45 a. C.), la refundación augustea aumentó el recinto urbano hacia el río (Stylow, 1990; Ventura et alii, 1996), alcanzando una superficie de 79 ha.. Al menos desde época flavia, los límites de las murallas ya habían sido rebasados, constituyéndose vici o barrios residenciales suburbanos al Oeste, Norte y Este, urbanizándose áreas que hasta entonces habían estado ocupadas por necrópolis alineadas a lo largo de las vías que penetraban en la ciudad (cfr. Ibáñez, 1986; Murillo-Carrillo. 1996).

 

Una semblanza, por apretada que fuera, del urbanismo de Colonia Patricia rebasaría con creces los propósitos de este trabajo, razón por la que remitimos a la bibliografía específica arriba indicada y, muy especialmente, a las recientes aportaciones de conjunto de Ventura et alii (1996) y de Ventura (1996), limitándonos aquí a esbozar las líneas de trabajo en las que actualmente nos hallamos inmersos.

 

A las ya conocidas ubicaciones del foro colonial y del foro provincial (cfr. Stylow, 1990; Márquez, 1996) se ha unido la reciente identificación y excavación del teatro, así como una hipótesis sobre la localización del anfiteatro, conformando ambos edificios un auténtico barrio lúdico en el sector oriental de la ampliación augustea (cfr. Ventura, 1996). Paralelamente, las investigaciones en curso en el sector del antiguo Convento de San Pablo, inmediatamente al Oeste del Templo de la C/ Claudio Marcelo (cfr. Jiménez, 1992 y 1996) están poniendo de relieve determinadas estructuras y elementos articuladores del territorio que permiten plantear la ubicación en este sector extramuros de un gran edificio de espectáculos (circo) vinculado con el programa edilicio del citado templo, conformando un conjunto de culto imperial ultimado en época flavia, paralelo a los de Tarraco o Ancyra y abastecido de agua con un acueducto propio creado al efecto: el Aqua Nova Domitiana.

 

Por último, recientes trabajos se están centrando las transformaciones del sector extramuros occidental, donde sobre una interesante necrópolis tardorrepublicana y julioclaudia se levanta un vicus en época flavia (Murillo-Carrillo, 1996).

 

También en esta zona occidental debemos destacar la localización del tercer acueducto romano hasta el momento conocido en Colonia Patricia (Moreno et alii, 1996), que se une al Aqua Augusta (acueducto de Valdepuentes) y al Aqua Nova Domitiana (Ventura, 1996).

 

A la altura del tránsito del s. I al II d.C., la ordenación del territorium inmediato a Colonia Patricia se encontraba configurada en base a una red de villae y de otros asentamientos rurales dependientes destinados a la explotación de las propiedades de los patricienses. Estas villae unirán a su función económica, concentrada en la pars rustica, la de residencia temporal del possessor (pars urbana). La alineación de villae a lo largo de vías y caminos, así como la distancia regular entre las mismas podría estar indicando las pautas de la centuriación que seguiría a la concesión del estatuto de colonia romana y a la instalación de veteranos del ejército tras el final de las guerras civiles y la instauración del principado de Augusto (sobre posibles centuriaciones en el entorno de Corduba cfr. Corzo, 1996).

 

Transformación y cambio en la Antigüedad Tardía.

 

La imagen de la Córdoba romana arriba descrita se mantendrá a lo largo del s. II y parte del III. Sin embargo, en la segunda mitad de esta centuria, y sobre todo a lo largo de la siguiente, se percibe una transformación que acabará siendo radical. Los antiguos centros del poder político, ubicados en el foro colonial y en el foro provincial, experimentan una declive que, en el caso de este último va acompañado incluso de una remodelación espacial, ocupándose el anterior espacio público con casas (cfr. Ventura, 1991). Lo mismo acontece en otros puntos de la ciudad, donde las calles experimentan una reducción de su anchura en beneficio de las casas colindantes (Hidalgo, 1993a).

 

La razón de este proceso se encontraría más en las transformaciones políticas y sociales del Bajo Imperio que en una supuesta decadencia de la ciudad. Así, el palacio recientemente excavado en la antigua Estación de Cercadilla (Hidalgo, 1996), construido por iniciativa del tetrarca Maximiano Hercúleo durante su estancia en Hispania, se transformaría en la sede de la nueva organización administrativa imperial en detrimento del antiguo foro provincial. En relación directa con este singular elemento de la arquitectura bajoimperial debemos señalar el circo existente 300 m. al Sur, en la zona ocupada por la actual Facultad de Veterinaria (Hidalgo, 1996c).

 

Tras la efímera mutación del centro urbano que representa el palacio de Cercadilla, se acelerarán los cambios conducentes a la configuración de la ciudad medieval. Poco a poco desciende el número de ciudadanos afincados en terreno urbano y grandes áreas de la ciudad quedan sin edificar, utilizadas posiblemente como simples huertas o vertederos. Como consecuencia de ello, en el siglo VI nos encontramos con un fenómeno que pocos siglos antes habría sido inadmisible: la aparición de enterramientos en el interior del recinto amurallado, concretamente en la parte Norte.

 

La presencia de tales sepulturas está directamente relacionada con la concentración de los nuevos centros de poder de la ciudad tardoantigua en la zona Sur, en las inmediaciones del río, en especial en lo que se refiere a la construcción del palacio del gobernador visigodo en el solar que posteriormente ocupará el alcázar omeya y de la basílica de San Vicente -advocación que cuenta con ciertas connotaciones de culto estatal-, en el lugar que más tarde ocupará la Mezquita Aljama.

 

Ya en otro orden de cosas, no se debe soslayar la incidencia y repercusión que tuvo el cristianismo, a través de sus diferentes manifestaciones, en la imagen de la ciudad. Sin duda la difusión de este culto experimentó un importante desarrollo en la Córdoba del s. IV. Prueba de ello sería tanto la figura de Osio, obispo de Córdoba a la vez que consejero del emperador Constantino, como el importante grupo de sarcófagos cristianos encontrados en nuestra ciudad (Sotomayor, 1964, 1973 y 1975).

 

De las iglesias, elemento fundamental para el estudio de la implantación del culto y de la "cristianización" de la topografía urbana, prácticamente nada sabemos para los primeros momentos, así que es necesario acudir a época visigoda para perfilar someramente su distribución. De ellas cabe destacar la ya mencionada de S. Vicente, la recientemente localizada en el convento de Santa Clara (Marfil, 1996) y la de S. Acisclo, esta última ubicada fuera del recinto amurallado.

 

Hacia un nuevo concepto de ciudad.

 

Como resultado del proceso que acabamos de describir, la imagen que de la ciudad tuvieron los guerreros norteafricanos que en el 711 ganaron la mayor parte de la Península Ibérica para el Islam no podía ser más lamentable: murallas parcialmente derruidas, puente abandonado y cortado, extensas zonas de la parte Norte de la ciudad desurbanizadas y transformadas en cementerios, ruina del caserío...

 

Sin embargo, la integración de la antigua Hispania en el ámbito del Islam y las nuevas necesidades de organización administrativa, militar y tributaria propiciaron la recuperación de la fortuna de Corduba (ahora denominada Qurtuba), transformada en sede del emir de al-Andalus, dependiente de los califas omeyas de Damasco. La crisis de crecimiento del Islam, plasmada en el cambio de dinastía y el traslado del poder abbasí a Bagdad, se traduce en al-Andalus en la constitución de un nuevo emirato, independiente de Bagdad y regido por ‘Abd al-Rahman I (756-788), un príncipe omeya exiliado en Occidente. El resto del s. VIII y todo el s. IX marcan el afianzamiento del estado omeya andalusí, en constante conflicto con los reinos cristianos que se van configurando en el tercio septentrional de la Península y con las tendencias desintegradoras, de carácter tribal y autonomistas, existentes en el seno de al-Andalus.

 

Durante una primera etapa, Qurtuba se circunscribirá al espacio heredado, que coincide exactamente con el de la ciudad romana altoimperial. Esta será la Madina o ciudad propiamente dicha. En su conformación espacial encontramos una cierta continuidad con la ciudad visigoda, con la disposición de los centros de poder político y religioso (alcázar omeya y mezquita aljama) en la parte más meridional, inmediatamente adyacente al río. Por lo que respecta al alcázar, sabemos por al-Maqqari que fue construido por ‘Abd al-Rahman I sobre el emplazamiento del palacio de los gobernadores visigodos. Desde entonces, sería objeto de constante atención por parte de los emires y califas cordobeses, ocupando un amplio espacio entre la mezquita aljama y el ángulo suroeste de la muralla de la Madina. Igual proceso se aprecia en relación con la mezquita aljama, cuya construcción se inicia entre 784-786 por el mismo ‘Abd al-Rahman I sobre una parte de la basílica cristiana de San Vicente, siendo objeto de mejoras y ampliaciones por sus sucesores.

 

Para el resto de la Madina, la información de las fuentes escritas es substancialmente más escasa, si bien la localización de las puertas (Ocaña, 1935) y la restitución del trazado de las principales calles, a partir de la cartografía histórica del siglo pasado, permite una primera aproximación. En síntesis, la transformación de la red viaria romana, iniciada como hemos visto ya a finales del s. III, se hallaba prácticamente consumada, si bien aún se mantenía el trazado de un gran eje que, desde la Bab al-Yahud (Puerta de los Judíos, posterior Puerta de Osario cristiana) atravesaba de Norte a Sur la Madina, conduciendo a la mezquita aljama y a la Bab al-Qantara (Puerta del Puente).

 

Junto a esta gran arteria, varias calles principales unían las orientales Bab Rumiyya (Puerta de Roma) y Bab al-Hadid (Puerta de Hierro) con las occidentales Bab ‘Amir (la cristiana Puerta de Gallegos), Bab al-Yawz (Puerta de los Nogales, la cristiana Puerta de Almodóvar) y Bab Ishbiliya (Puerta de Sevilla).

 

Al igual que su antecesora romana, la Qurtuba islámica pronto comenzaría a rebasar los límites amurallados de la Madina, tanto con cementerios como con arrabales. En estos últimos habitaría la población mozárabe y la creciente masa de musulmanes de la ciudad. Ibn Baskuwal e Ibn al-Jatib, que nos han transmitido una lista de veintiún arrabales de la capital de al-Andalus anteriores a la desintegración del Califato, sitúan nueve arrabales en el sector occidental, tres en el septentrional, siete en el oriental y dos en el meridional.

 

Durante los siglos VIII y IX estos arrabales constituían pequeñas aglomeraciones suburbanas con un bajo nivel de urbanización, alternando con cementerios, algunas almunias y, fundamentalmente, con un paisaje dominado por huertas.

 

La gran expansión de los arrabales de Qurtuba corresponde al s. X, y fundamentalmente al reinado de ‘Abd al-Rahman III, primer califa de al-Andalus. En este momento, la mayor parte del entorno inmediato de Córdoba que venimos analizando queda convertido en un espacio densamente urbanizado que rompe, ya de un modo total con el concepto de ciudad que había imperado durante la antigüedad. La Madina, pese a conservar sus funciones religiosas y políticas y pese al simbolismo que aún mantienen las murallas, acaba convirtiéndose en una parte más de una aglomeración urbana que se encuentra en línea con las grandes ciudades del Oriente islámico.

 

La transformación es total a partir de los primeros decenios del s. X, pudiéndose hablar ahora de un programa urbanístico que, en parte planificado e impulsado por el propio Estado andalusí (Vallejo, 1995:69), transforma la fisonomía de Qurtuba. Aunque por el momento no estemos en condiciones de evaluar los ritmos y fases concretas de este proceso, sí podemos vislumbrar el resultado final, que no es otro que la conformación de un tejido, en parte urbano y en parte suburbano, en el que alternan extensas áreas domésticas con equipamientos comunitarios (zocos y mezquitas), extensas necrópolis, instalaciones estatales... Y todo ello dentro de un territorio estructurado por una red de caminos, en buena parte de origen romano, que actúan como elementos articuladores de los diferentes arrabales.

 

Los trabajos arqueológicos en curso están permitiendo tanto una aproximación de carácter macroespacial como un análisis semimicro y microespacial de unos arrabales que presentan una depurada ordenación urbanística, con un trazado jerárquico de calles regulares que en algunos casos disponen de una infraestructura de evacuación de aguas residuales, grandes espacios abiertos y pavimentados que cabría interpretar como zocos o mercados de arrabal, casas de variada planta, pero siempre articuladas en torno a un patio central, mezquitas y cementerios. Más allá de estos arrabales, y en algunos casos encerradas dentro de ellos como consecuencia del crecimiento urbano, encontramos gran número de almunias, equivalentes de las villae de época romana y en las que también se simultanea la producción agrícola con la residencia campestre de sus propietarios. En algunos casos, como el de las almunias de al-Rusafa o al-Naura, nos encontramos con auténticos palacios periurbanos pertenecientes al soberano.

 

De la ciudad a la conurbación: Madinat Qurtuba, Madinat al-Zahra y Madinat al-Zahira.

 

La situación que acabamos de describir, en parte heredera del férreo control que Córdoba había desarrollado secularmente sobre su territorio, se ve condicionada y en parte estimulada como consecuencia de un hecho, efímero aunque trascendental, como es la decisión de ‘Abd al-Rahman III de proceder a la fundación de una nueva ciudad. La ciudad de al-Zahra se localiza al W. de la actual Córdoba, a unos 5 kms. de las murallas de la Madina. Para su emplazamiento se buscó, aparte de la posibilidad de abastecerse de agua mediante la reutilización de un viejo acueducto romano (Ventura, 1993a), una posición claramente escenográfica, en un punto en el que el reborde de Sierra Morena se adentra en la Vega a modo de espolón, permitiendo una excelente visibilidad hacia el W., S. y E. Esta circunstancia, que no se repite en las proximidades de Córdoba, fue determinante en la elección del emplazamiento de la nueva ciudad, a semejanza de lo que aconteció con sus precedentes palaciegos abasíes que buscan igualmente un terreno alto y con amplia visibilidad. De este modo, ya se establecía una primera relación jerárquica entre la fundación califal, situada por encima de la isohipsa de 200 m. s.n.m., y la vieja ciudad de Córdoba, cuya cota máxima no supera los 120 m.

 

Esta gradación jerárquica se aprecia en la propia ciudad palatina (Vallejo 1991). Aprovechando la conexión del reborde montañoso con el valle fluvial, y adaptándose a la topografía, la ciudad se articula en tres grandes niveles (con más de 70 m. de desnivel entre el punto más elevado y el más bajo), definidos por terrazas superpuestas de las que las dos superiores corresponden al ámbito funcional del Alcázar, en una posición preeminente en relación con la terraza inferior, ocupada por el caserío urbano y la mezquita aljama.

 

Coherentemente con cuanto venimos diciendo, queda claro que ‘Abd al-Rahman III se propuso erigir una ciudad en el pleno sentido del término, y no una mera residencia personal o un conjunto palaciego (cfr. Vallejo, 1991 y 1995). La explicación del por qué de la fundación de al-Zahra debemos buscarla en el contexto histórico de inicios del s. X, tanto en al-Andalus como en el resto del mundo islámico, y fundamentalmente en el fortalecimiento del Estado andalusí y en su pugna, en el teatro de operaciones magrebí, con el creciente poder fatimí. Y en esta coyuntura, Madinat al-Zahra no es sino "la plasmación arquitectónica", el símbolo del triunfo del nuevo Estado, gobernado ahora por el Califa, por el "Príncipe de los Creyentes".

 

La construcción de una nueva ciudad en las proximidades de las antiguas urbes, junto a la acuñación de monedas de oro, son acciones que en la ideología del poder por entonces imperante se asociaban de un modo inequívoco con la dignidad y con el estatus califal, siendo por tanto una práctica habitual, tanto en el Oriente islámico como en el Norte de África, donde resulta paradigmático el caso de Kairuán, con las tres ciudades palatinas de Al-Abbssiya, Raqqada y al-Mansuriya (otra ciudad redonda a imagen de Bagdad) desarrolladas en sus inmediaciones desde el s. IX.

 

La vocación de nueva capitalidad con que se dota de inmediato a Madinat al-Zahra se aprecia en el traslado de la residencia califal, de la Corte y de toda la administración del Estado, así como de instituciones fundamentales como la ceca o las atarazanas reales. Por otro lado, una red de caminos, en parte relacionados con Córdoba y en parte independientes de la misma, destinados a conectarla con las principales ciudades de al-Andalus (Bermúdez, 1993), son buena prueba de la concepción de Madinat al-Zahra como ciudad plenamente independiente de Córdoba, y ello aún cuando, en la práctica, la conurbación de los arrabales de ésta con los de aquélla, las convirtiera en una única realidad urbana, tal y como se encargan de señalar los escritores de la época.

 

Pese a las riquezas invertidas en su construcción, la vida de al-Zahra no dejó de ser efímera. Aunque al-Hakam II, hijo y sucesor de ‘Abd al-Rahman, mantuvo en ella la capitalidad de al-Andalus, el sometimiento del tercer califa, Hisam II, a los designios de su primer ministro, Almanzor, provocó el traslado de la Capital a la nueva ciudad de Madinat al-Zahira,localizada al Este de Córdoba y creada con la misma finalidad: legitimar y demostrar el nuevo poder imperante en al-Andalus, poder en este caso diferente al del Califa confinado en Madinat al-Zahra. Ambas ciudades, al-Zahra y al-Zahira, constituyen un claro ejemplo de centros palatinos con un alto grado de artificialidad. Y esta artificialidad les llevó, inevitablemente, a sucumbir en el momento en que la coyuntura que las había propiciado desapareció (en ambos casos la desintegración del Califato durante la fitna o revolución acaecida entre el 1010 y el 1013). Frente a ellas, la vieja Córdoba, surgida como resultado de un milenario proceso histórico basado en unas invariantes que la empujaban a su conformación como núcleo urbano, conseguiría sobrevivir, una vez más, para integrarse en una nueva etapa de su Historia.

 

Qurtuba postcalifal.

 

La historia urbana de Córdoba tras la desintegración del Califato es un preámbulo de su posterior desarrollo a lo largo de los siglos bajomedievales y modernos. La ciudad queda circunscrita a la antigua Madina y a una parte de los arrabales de la al-Yiha al-Sarqiyya, encerrados desde al menos la segunda mitad del s. XI por una muralla (cfr. Zanón, 1989) que experimentará transformaciones y refecciones a lo largo del s. XII, durante la ocupación almorávide y almohade.

 

A nivel de la cultura material, esta etapa está caracterizada por el tremendo marasmo subyacente a la desintegración del Califato, plasmado en un progresivo deterioro de la imagen urbana de la ciudad al que únicamente escapan las murallas en cuanto elementos que, frente a la etapa omeya, cobran ahora un valor estratégico de primer orden en un contexto político y social de gran inestabilidad. Este panorama general sólo experimentará una cierta inflexión al comienzo de la etapa almohade, cuando el emir ‘Abd al-Mu’min convierte de nuevo a Qurtuba, por unos meses (1162), en capital de al-Andalus e inicia un programa edilicio en el que participó el arquitecto Ahmad ben Baso.

 

Pruebas de esta renovación urbana la encontramos en la construcción de un nuevo barrio residencial en las proximidades de la Bab Rumiyya y junto a la vieja Vía Augusta, en el sector probablemente ocupado por la munyat ‘Abd Allah (Murillo et alii, 1992), así como en determinadas residencias suburbanas documentadas en las proximidades de la Bab al-Yahud, Bab Amir, Bab al-Yawz y en el antiguo rabad al-Raqqaquin.

 

La ciudad cristiana.

 

Los siglos XI y XII, en los que se suceden la taifa cordobesa, la subordinación al reino taifa de Sevilla, la dominación almorávide y la almohade, constituyen una etapa de enorme conflictividad política y de desintegración de lo que al-Andalus había significado en cuanto formación social y cultural. Las diversas coyunturas políticas no logran ocultar el elemento substancial del momento: el retroceso del Islam peninsular frente al avance de los reinos cristianos del Norte. Avance en el que acabará cayendo Córdoba en el año 1236.

 

Tras la conquista cristiana se establecerán, a lo largo de los siglos XIII y XIV, las claves de lo que será la "imagen" de la ciudad (Escobar, 1989) hasta, prácticamente, los albores del presente siglo, con una intensa implantación de la componente religiosa (mediante parroquias y conventos) en la trama urbana (Jordano, 1996). Un momentáneo florecimiento en las décadas centrales del s. XVI (Puchol, 1992) no supondrá sino una ligera transformación en una ciudad que, salvo limitadas operaciones urbanísticas (v. gr. la plaza de la Corredera) y de construcción de elementos "singulares" en los siglos XVII y XVIII, llegó a la desintegración del Antiguo Régimen y la configuración de la nueva "ciudad burguesa" con un "aspecto" esencialmente medieval.